lunes, 21 de diciembre de 2009

Paz

Salió el sol otra vez, como siempre, como era de esperar. Allí lo esperaba yo, de rodillas, partido en decenas de astillas de realidad, con todos los sentidos ebrios.
Miraba mis manos clareadas por las primeras luces del alba y entre ellas se cristalizaba la sangre ya. Densos coágulos caían pesados estallando contra el piso. Todo con la luz se iba poniendo rojo. Tenía la certeza de que estaba muriendo. No podía ser de otra manera. Enfriando mis venas mientras se vaciaban, levantando los ojos llorosos en busca de la compañía que jamás llegaría, cayendo presa de los temblores de mi agonía. Sentía que la boca se metalizaba y envejecía hasta oxidarse, llena de la imposibilidad de hablar, llena de la existencia que se me iba a chorros.
Ya las manos me eran indiferentes y pasivas e inertes dejaban que la sangre sobre ellas se cuajara. Mis uñas ya no eran tales, ni mis brazos. Todo era un barro pegajoso y marrón, de vida que goteaba.
Caí al piso finalmente. Esperaba esa voz, ese grito que espantara a la soledad. Que nunca llegó. Y entre mis últimas lágrimas, tampoco fui capaz de evitar que mis párpados se juntaran.
¿Quién querría a un guerrero en tiempos de paz?

By
Lord KaNE
21/12/2009

domingo, 13 de diciembre de 2009

Consideraciones preliminares sobre la experiencia y el espíritu

Y yo que creía saber algo respecto de lo que era la vida. No, no sabía más allá de la nada; de hecho, no sabía siquiera nada porque era aún menos. No sabía que esperar ni mucho menos que pedir y eso que hacía largos años que caminaba bajo este sol. Me sentía como si acabara de nacer y cada mañana nueva era un nuevo alumbramiento a las puertas de mi absoluta ignorancia. Aprender era solamente confirmar cuan poco era capaz de saber, esas eran las puertas brillantes de mi academia en este largo tiempo. Estas fueron. Estas son. Tal vez, muy probablemente estas sean hasta que se venza mi licencia de permanencia. Y ¿qué me llevo? Supongo que nada. ¿Experiencia? Mucho he discutido al respecto. ¿Experiencia? ¿Escuché bien? ¿Qué es la experiencia? Bueno, he de reconocer apesadumbrado que nada. Una vez que un hecho pasa, la “experiencia” que queda detrás no es más que una traza de aire blanco. Nada luego de que se pierda en el horizonte fastuoso de la mentalidad consciente. O inconsciente. O la que sea.
Bien, partamos de un punto común sobre lo que se cree experiencia: ¿la experiencia se toca? ¿Se come? ¿Se transfiere de mano en mano? No. Es nada. Una impresión en todo caso. Y siendo generoso para con su naturaleza es que reconozco esto. Creo que está sobrevalorada. Empiristas, ahí tienen, pongan experiencia en mis manos y déjenme verla y olerla y conforme aplaudiré sus nociones. Humanistas… igual para ustedes. Puede que suene muy cartesiano y, por lo tanto, bastante fuera de fecha. Pero ¿qué son? Nada. En tanto realidad convencional, por decirlo de alguna manera común a todos. Una realidad inherente, inmanente y de carácter interior de la universalidad que constituye el ser humano en sus múltiples aspectos.
Déjenme decirle que su tan ponderada experiencia no se diferencia en nada de cualquier otra cosa que pueda pasar por nuestras cabezas. Nuevamente, nada es la palabra central en este caso. La nada es el centro, como sería el centro de un enorme agujero negro metafísico con capacidad de tragar todo y, luego de digerido, crear una masa informe que aunara todo aquello que pasó por su garganta bestial y divinizante.
Escuché por ahí que con bastante animosidad me criticaban la vida de aquellos que entre páginas amarillentas pasan sus días. En el plano teórico, no tenían experiencia y, ergo, hacían agua en el mar de su falencias a la hora de ser humanos plenos. Vamos por partes nuevamente. Supongamos que me siento en este momento, leo un libro a lo largo de la semana y luego, mientras fumo un buen tabaco en la soledad de mi estudio, reflexiono sobre lo que interioricé respecto de mi reciente lectura. Tendré un cajoncito más lleno en mi enorme estantería mental. En una clasificación ficticia corresponderá tal vez a la categoría de sabiduría general por esa manía puntillosa de rotular todo y clasificar maniáticamente. Ahora, dando esto por sentado, tengo un punto extra en sabiduría general. Cambiemos el ejemplo. Supongamos nuevamente que en lugar de haber estado leyendo un libro a lo largo de la semana, me hubiera relacionado con veinte personas, hubiera padecido una enfermedad, me hubiera enamorado y a la vez desenamorado y hasta eventualmente padecido una pérdida afectiva. Novedades al fin de la semana: tengo un cajoncito mental lleno con el rótulo “experiencia”. ¿Novedades? De alguna manera había que llamarlas. Supongamos una tercera variación. Y última porque la idea no necesita más redundancia. Supongamos que esa semana por algún efecto extraño haya dormido todos los días a toda hora. Final de la semana en puerta y hago mi resumen habitual. Otra vez, me detengo a preguntarme por esas benditas novedades. Otra vez, un cajoncito mental que dice “imágenes oníricas”. Sueños, en palabras más habituales. ¿Se nota alguna diferencia? No. He ahí el punto.
La experiencia es intangible. No existe como creen que existe. Y si vemos con detalle que se mete en la cabeza como todo aquello que captemos, provenga de un libro, un encuentro o un sueño, notaremos que no es tan diferente y que no tiene autoridad suficiente como para relativizar sujetos bajo la rotulación de “experimentados” y “no experimentados”. Detesto las rotulaciones pero son tan prácticas a fines pedagógicos y explicativos que no me puedo dar el lujo de dejarlas de lado por hacerse mi idea imposible de asir incluso para mí mismo.
Por lo tanto, todo lo que ingrese al perímetro interior del individuo, toma el mismo status nebuloso y por cierto bastante complejo de definir. Entonces, no considero acertado distinguir el valor subjetivo en base a esta “experiencia” ya que no tiene valor meritorio realmente por encima de cualquier otra clase de estímulo. No hay que confundir, ante cierto estímulo, uno puede, si lo recibió en reiteradas ocasiones, hallarse mejor capacitado para una respuesta eficaz. Pero eso es simple reflejo, no es por la “experiencia” en ese sentido divino empirista. Y, dicho sea al pasar, ¿qué lleva a pensar que se está mejor preparado para una determinada situación o contexto de vida? He ahí una idea bastante arbitraria. Como aquella que pretender desligar al individuo del sistema solamente por considerarse opuesto a él. Ser anti sistema es, luego, una entidad aislada de, justamente, el sistema. Porque es perfectamente probable ser anti sistema sin sistema. Porque es probable que una negación exista sin el objeto a negar, sin su opuesto. Las relaciones de oposición llevan necesariamente implicados dos términos, si uno falta, no hay oposición. Ergo el anti sistema es funcional a su objeto opuesto. El caso paradigmático de las vanguardias artísticas y políticas de principios del siglo pasado es un buen ejemplo para ilustrar esta idea. Y no, esto no lo aprendí de la “experiencia”. Lo hice surgir de un libro y mi pecado fue razonarlo. He pecado y no, no pienso pedir perdón.
Aire combativo en las últimas líneas, aire que no ha hecho más que empezar a soplar. De esta manera, retomando, habría que rastrear que es lo que hace y por qué se acumula toda esa materia dentro del individuo. Según mi entender es materia espiritual lisa y llanamente. Me explico: dando por sentado que el hombre es una realidad constituida por su espíritu, parte tan constitutiva como la inteligencia, sus sentimientos o su mismo cuerpo, éste mismo espíritu ha de tener necesariamente una funcionalidad en el ser que justifique su existencia.
Recapitulando sobre líneas anteriores, la consabida experiencia no es más que una capacitación para afrontar los vericuetos sociales. Pero nadie está en condiciones de afirmar que es mejor o peor que otra opción. Sea como sea, la variedad de formación es lo que da al género humano su carácter progresivo, permite que los hombres forjen diversas vivencias, las particularicen y luego sean capaces de esparcir su conocimiento a otros seres semejantes. Entonces, razonar que lo empírico tiene un papel preponderante en el despliegue de la vida cotidiana es solamente posible gracias a que alguien olvidó su vida cotidiana (en términos de “experiencia social”) para abocarse a solventar este cuestionamiento y, sobre él, teorizar.
Sin ir más lejos, priorizar a la experiencia misma es una suerte de razonamiento in situ. Una paradoja bastante particular se abre al momento de pensar esta dicotomía. Si razono que la experiencia es el baluarte primordial de mi vida, lo que me lo permite saber es mi razón lógica y analítica. En el mejor de los casos, y para ser bastante concesivo, estaríamos frente al eterno planteo de si la gallina fue antes que el huevo.
Considero pertinente detenerme en este punto, antes de ahondar más en la cuestión, para ampliar los conceptos sobre el espíritu humano, real condición habilitante para poder desarrollar las capacidades intrínsecas a la especie para así, más adelante, retomar esta cuestión con afianzados esfuerzos y poder validar más sólidamente mis argumentos.