martes, 16 de septiembre de 2008

Acerca del dinero

Muchas veces me ha tocado contemplar, desde mi modesta posición de oyente que desconoce una enorme (ciertamente, cabría reconocer que es prácticamente toda) parte de la realidad, una tendencia absoluta de la modernidad a tender hacia lo inexistente. En noticieros, diarios, en el boca a boca que en la calle todos los días uno puede recolectar, en cualquier esquina de cualquier ciudad el aire se carga de una pesadez que no tiene anclaje de ningún tipo con la materialidad mundana y las reglas que le son propias.

Encerrándome en mi scriptorium, destinando horas al estudio de la historia, noto con cierta tristeza que vivimos en una época plagada de la idolatría más servil y vana de la que se tiene registro. Y, curiosamente, se continúa llamando “oscurantistas” a aquellos hombres de épocas pasadas que poseían una visión del mundo que no es por cierto más “iluminada” que la que actualmente manejamos. No estoy haciendo apología alguna de ningún tipo de retroceso científico. Mi planteo se enfoca esencialmente en otra dirección – que domina en gran medida, para desgracia de nosotros, simples mortales – diferente a la de la ciencia.

Esta idea se afianzó en mi luego de notar como un titular (no haría falta prácticamente aclarar que desbordante de amarillismo) pregonaba que “el mundo tambaleó” por la caída de un “titán” de la bolsa de Wall Street. ¿No parece esta idea rebosante de misticismo? Estamos casi sin aliento esperando que en cualquier instante descienda el rayo de Zeus para fulminar a ese descarriado Titán. Pero no es así. Lo único que pasó es un desplazamiento en una cartelera de un par de números. Decenas de millares de personas se estremecen simplemente porque una coma se corre dos posiciones. Teman la ira del nuevo dios de la modernidad.

Hambre, suicidios en masa, guerras e invasiones se desatan solamente porque a un matemático loco sus números no le cierran. Brazos fuertes y nobles, así como cabezas agudas destinan años de sus vidas para amontonar una pequeña pila de papeles. La sangre termina valiendo menos que un pequeño e ínfimo valor abstracto. Y la edad media era oscurantista…

Hoy escucho a diario políticas masivas acerca de derechos humanos que deben cumplirse y sobre como todos aquellos que contradigan a esta tiranía de la filantropía arderán en las llamas del averno. Los enjuiciamientos masivos a vetustos ancianos o a pederastas inconfesos llenan el aire. Ni hablar de si son sacerdotes pervertidos, cuanta magnificencia en la hora de la justicia. Defendemos los derechos de los desvalidos. Los defendemos especialmente cuando alguien muere en las puertas de un hospital porque carece de obra social. Cuando el hombre se reduce a un montón de súplicas miserables porque la operación para finalizar su agonía vale más que lo que puede pagar, esa es la filantropía moderna.

Traigo a colación el concepto del Wergert. Es derecho germánico “barbárico”. En breves palabras, se podría definir como el valor que tiene la vida humana en términos de dinero. Esto es, si yo mato a tu hermano, según un código establecido tengo que pagar una determinada cantidad de monedas dependiendo del status social y otros factores. Es absolutamente barbárico. Propio de los germanos y sus ideas retorcidas de honor y venganza. Es más moderno arrastrarse con pancartas en la puerta de tribunales reclamando indemnizaciones (cabe aclarar: dinero). Ya no hay parangón en el pago por las vidas. Y cada vez hay menos muertes por causas que no tengan que ver con este asunto. La máquina de picar carne funciona con monedas. Y las ideologías se prostituyen por un vuelto. Wergert termina siendo la noción de compraventa de esclavos más grande de toda la historia personificada en los días que nos toca vivir.

La parafernalia montada alrededor de la libertad es tan farsante como la abstracción pura sobre la que se sostienen los tesoros nacionales. Todos pagamos las hipotecas que se han puesto sobre nuestras cabezas y solamente tenemos una libertad moderada en tanto no rompamos ese contrato (que nadie nos consultó al momento de signar).

Esto no ha de ser tan negativo, de cualquier modo. Por lo menos se abolieron los títulos nobiliarios y sus privilegios. Si, se abolieron en tanto gradación conferida por la sangre. Ahora es una gradación conferida por el largo del depósito bancario. Prácticamente como sacerdotes dedicados que se ubican en una jerarquía piramidal en torno al dios-dinero que rige este nuevo universo. Vuelvo a la pregunta que surgió en mi mente en un primer momento: ¿ha habido un avance en cuanto a materia humana?

Fausto, en su viaje con Mefistófeles, se detiene en un reino en el que inventa el papel moneda. Goethe hace entender muy claramente la relación entre este dinero y la mentira y la estafa. La firma del emperador en ese carnaval orgiástico en el que estaba ataviado como Pan desencadena un aluvión de papeles que pagan las cuentas y a la soldada. “Oro, joyas y papel” dice Mefistófeles que nunca faltaran en ese reino. Hay un cierto aire de ironía en esas palabras y, cabe destacar, el viejo diablo es el que hizo que se firmen los billetes. La estafa está hecha. El pacto, firmado. Y los tesoros que deberían cubrir los pagos de esas papeletas desaparecidos. ¿O son los tesoros subterráneos que alimentan el infierno?

Un párrafo aparte es menester dedicarlo a las instituciones bancarias. Son los templos en los que se rinde culto. Allí adentro no hay valor alguno y sin embargo son el corazón de la sociedad. Trabajan en base a la devastación de la vida en tratos rebosantes de usura (cuando Shylock dice cobrar dos monedas por cada una que presta es el promedio de los bancos actuales; estamos a pasos de que se cobren en carne y sangre). Y venden sueños que nadie realizará porque no tienen basamento alguno. “Te damos un capital para que luego nos tengas que dar el doble”. ¿Suena a contrato laboral? Mercenarios o esclavos, como prefieran llamarlo…

La nobleza humana se desangra. Cada día que pasa es un nuevo retroceso para nosotros como raza. Podemos ser más inteligentes, más avanzados pero cada día estamos más atados por nosotros mismos. La destrucción masiva del propio mundo donde vivimos se da por algo absolutamente carente de sentido. El empobrecimiento es tan sólo un constructo voluntario de la humanidad que busca mostrar sus heridas lacerantes para continuar la gran farsa en la que todos tenemos nuestra careta preparada. Y hablan de filantropía. Más bien, diría que somos tan misántropos que nos da asco reconocerlo. Y ya no lo somos por hartazgo de la propia raza sino que lo somos por adorar a un ser superior que nació de nuestras entrañas, ese ser que hoy nos tiene esposados e incomunicados. Y me refiero otra vez más al dinero.