domingo, 25 de noviembre de 2007

Fantasía

Cree muchas "fantasías", como me gusta llamarlas, en los últimos años, pero nunca, por varias razones, las puedo conservar y nunca me satisfacen del todo, razones por las cuales siempre vuelvo al tema. Prácticamente es una recurrente mía y escribo esto porque considero pertinente la aclaración, dado el caso que alguien lea esto en algún momento de extravío virtual.

Puede que vuelva a subir una versión tanto mejor que esta que, si bien es sumamente imperfecta (ni remotamente la considero la mejor de mis fantasías, es la única que poseía en este momento) da una idea del estado de mi conciencia respecto a este tema.

FANTASÍA

Le dí el último retoque con una alegría que rozaba el éxtasis. ¡Ya estaba terminada! Suspiré, estaba agotado. Feliz, pero agotado.

Blancas manos le tallé para que fuera suave en esus gestos.

Franca sonrisa le dibujé para que fuera capaz de levantar cualquier ánimo.

Cuerpo terso y jovial para no estar solo en mis noches.

Llené su cabeza de grandes saberes. Sólo me faltaba un corazón y le dí el mío. Ahora debía de echar a andar sin demoras.

Abrió sus grandes ojos con candor. ¡Había nacido! Recuerdo cuan feliz me sentí en ese momento. Creí que el cielo estaba en sus ojazos. La toqué para ver si era real y ¡si que lo era!.

¡Qué bella criatura me resultó ser! Era todo lo que yo pensaba hermoso en este mundo (y en cualquier otro que pudiera llegar a conocer) sumado en un ser.

Tan sólo me faltaba ponerle un nombre para completar su existencia. Tantos detalles había pensado y éste, tan importante, se me había pasado por alto. Me cubrió la incertidumbre. ¿Qué hacer? Así como reuní tantas cosas en ella, su nombre debía englobarlas. Las ideas marchaban presurosas y en una larga fila india. Un erario completo de nombres pasaba ante mis ojos. Desconozco cuanto tiempo pasó hasta que reconté todos esos nombres.

Pero eran todos ellos muy humanos, mundanos, parciales, subjetivos, ineficaces en el efecto que buscaba. Era ella transhumana, no podía, entonces, tener un nombre que fuera menos que su naturaleza excelsa.

Me miraba incrédula y sus manos tomaron las mías con gran gesto de amor. ¡Ay, criatura sin nombre! Cuánto me has ayudado con ese gesto.

Sus ojos fijos se posaron en los míos. Y vi en ellos lo que nunca; tan grande fue la impresión que hasta me olvidé de su nombre por ese instante que pudo haber durado décadas. Fue como ver un cielo, bajo el cual hay una hermosa tierra y sobre el cual hay una aún más hermosa diosa, deslumbrante en su desnudez divina, altiva como las beldades de antaño y, a la vez, ingenua en su candor pudoroso.

Allí no había nubes y era todo del más puro celeste. Casi podía sentir ese aire puro que por ahí circulase, entrando en mi, purgando mis pulmones del pecado de este aire nuestro. Y cuando sentíame flotar en ese cielo, me percaté del mundo que estaba por debajo, tal era su perfección... Selvas de brillante verde, cuyas copas frondosas se movían dandole el aspecto de un enorme corazón latente; desiertos caminantes, ilusionistas maestros en su magia; mares llenos de criaturas que, con su sola presencia, sorprenderían al más sabio y docto delos hombres humanos; y ciudades, ciudades de tal simetría que casi en ellas podía leerse un mensaje divino de creación en sus caminos. Gente, criaturas, ejércitos, todos eran de bello andar. Quedé absolutamente extasiado. ¡Esa tierra era perfecta! Y me sentí un Dios, porque pensaba que ese mundo yo había creado.

En eso estaba cuando volví a elevar mis ojos al cielo. Y ¡cuán grande fue mi estupor! Allí estaba la diosa. Créanme que no vi cosa más maravillosa en mi existir, jamás.

Ella estaba allí, desnuda, sin percatarse de mi presencia. Miraba ociosa al mundo con gran afectación, apoyada en una de sus blancas manos la hermosa cara. Cada pequeño detalle de ella me tomaría cientos de palabras para tan sólo tratar de acercarme a una imperfecta descripción vacía de la esencia de su divinidad llena de gloria en su preciosura.

Ella giró el rostro con delicado ademán y cruzó su mirada con la mía. Me sentí desfallecer pues demasiado fuerte resultó el impacto de ese gesto en mi persona. En sus ojos había otro cielo. No daba crédito a lo que mi mente y mi cuerpo percibían. ¿Había otro mundo más?.

En él busqué sumergirme.

Era, ciertamente, otro mundo, también perfecto, pero desolado, poblado de bestias míticas y demoníacas. Pero sus cuerpos membranosos, sus escamas y cueros resecos, sus negros cuernos, todos sus rasgos horrorosos me causaron una fascinación, cercana al trance, porque en ellos también había perfección.

Y allí había otra diosa, tan bella como melancólica, entronizada en su cielo, mas no celeste, sino rojizo. Tan bella era por su expresión como lo era la anterior por su cuerpo. Y también cruzamos miradas. Noté ahora una espiral enorme, tantos mundos como pudiera contar dentro de ella se desplegaban allí.

Parpadee y volví con mi preciosa original, que seguía aferrándome las manos con gran ternura.

Ella ahora me pareció mucho más hermosa. La abracé con amor sincero. Traté de protegerla del mundo malvado que malversaría semejante tesoro. Las lágrimas me caían torrencialmente. Mi creación se había convertido en todo para mí; su cuerpo y el panóptico de sus ojos eran toda mi realidad y toda la realidad que necesitaba. Y yo lloraba, por amor, por felicidad, por miedo a perderla o a hacerla sufrir. A la vez, sonreía porque me sentía tan feliz como había siempre esperado sentirme.

Era todo mi mundo. Más que eso: era, lisa y llanamente, todo para mí.

Y me iluminé como nunca: ella, co sus mundos infinitos, con su belleza divina, con todas las sensaciones más allá de lo terrenal que provocaba en mi corazón contemplativo, se llamaría Fantasía.

Fantasía, la que se convertiría en reina, diosa y señora para todo aquel humano que la mirase a los ojos.

Y yo, su fiel, servidor desde ese momento, jamás me alejé de su ladoporque con sólo ella y en ella puedo ser y soy feliz.





21/05/2007